Fue en 1979 cuando los doctores argentinos, Rosendo Pascual y Eduardo Tonni, encontraron unos huesos fosilizados de un ave de gran tamaño, los cuales trasladaron al Museo de la Plata, Buenos Aires.
Ese mismo año, el paleontólogo Kenneth Campbell, junto con otros científicos, recorrieron las selvas del Amazonas en busca de fósiles de vertebrados; allí se encontraron con un gran número de fósiles y decidieron llevarlos a Buenos Aires. Fue tanto el asombro de Campbell que los solicitó prestados para poder compararlos con los restos de otras aves, también extintas, que se conservaban en Los Ángeles, los cuales eran considerados los pájaros más grandes que jamás volaron sobre la Tierra.
Fue en California donde se llegó llegaron a la conclusión de que el pájaro argentino pertenecía a la familia de los Teratornithidae y lo bautizaron con el nombre de Argentavis magnificens.
El Argentavis magnificens fue un ave que vivió en Argentina en el Mioceno Superior, hace aproximadamente unos 7 millones de años. La envergadura de sus alas alcanzaba los 7 m, pesaba alrededor de 70 kg, medía unos 2,5 m de alto y 3,5 m del pico a la cola. Las plumas de sus alas se extendían 1,5 m a lo largo y 18 cm a lo ancho.
Después de varios estudios, Campbell y sus colegas llegaron a la conclusión de que esta ave fue capaz de volar ya que los huesos de las alas tienen el tamaño adecuado y marcas de inserciones de plumas secundarias, aunque cabe mencionar que su forma de vuelo era el planeo por lo que aprovechaba las corrientes térmicas para elevarse unos 1000 a 1500 m.
Se cree que cazaban golpeando desde el aire o cayendo y asestando certeros picotazos sobre el cuello o la cabeza de sus presas (mamíferos o aves no voladoras); su dieta también incluía huevos de otras especies. Considerando el tamaño su tamaño y el aumento del peso agregado por la ingestión de sus presas, se cree que se le dificultará el despegue, convirtiéndolo así en presa fácil para otros predadores.
Samantha Aguilar