Ha vuelto a suceder. Acabo de cruzarme con un libro en el que se afirma que existen muchos mapas antiguos que muestran algo asombroso, a saber, que allá en la época de la última glaciación existieron civilizaciones avanzadas capaces de trazar mapas detallados de todo el planeta. Vale, es ya casi un lugar común, porque de tanto repetirse las mismas ideas, incluyendo las afirmaciones del tipo “astronautas antiguos”, este tipo de afirmaciones prácticamente están cayendo en eso que se da en llamar como saber popular.
Pues va a ser que no, y que me perdonen los partidarios de tan curiosas ideas, pero las pruebas de tan sorprendentes afirmaciones no las veo por ninguna parte. Decía que ha vuelto a suceder, porque no es la primera vez. Hace tiempo mencioné aquí el misterioso mapa de Philippe Buache, de 1739, en el que muchos han querido ver una prueba de fuentes que van a la época en que la Antártida carecía de hielo. No está mal, la cosa intriga, pero poco más, no hay pruebas contundentes ni indicios que puedan hacer pensar en algo más que en arriesgados ejercicios de imaginación (por cierto, los cartógrafos bebían unos de otros, por lo que no es extraño ver repetidos “errores” por doquier).
El caso de hoy es similar al de Buache, y en realidad muy parecido a otros típicos de la cartografía renacentista y similares, que huían del horror vacui rellenando los espacios vacíos del mundo con continentes imaginarios. Oronce Finé, o también Orontius Finaeus o Finnaeus, fue un conocido matemático y cartógrafo francés que vivió en el siglo XVI. Una de sus obras más curiosas es este mapa con proyección en forma de corazón (proyección de tipo Werner), aparecido en París en 1536. Bien, ahí está el gigantesco continente austral, de un modo similar a como otros contemporáneos lo imaginaron.
Ahora bien, el mapa que realmente despertó la imaginación de quienes tienen querencia por antiguos astronautas y civilizaciones míticas es este otro, con una proyección similar al caso anterior, pero desplegado en dos hemisferios.
El mapa data de 1531 y, en efecto, ahí aparece esa supuesta Antártida de gigantesco tamaño, sin hielos y con gran detalle en sus costas (curioso, mucho más detallado que la costa europea o africana). Un detalle imaginario, claro está, pero intrigante y muy bello. Es en este dibujo del ignoto continente austral donde se ha querido ver la prueba de fuentes documentales que hincarían sus raíces en tiempos prehistóricos. La realidad parece ser más sencilla, sin duda. He ahí, por ejemplo, si miramos en ese mismo mapa hacia el norte, veremos algo que también representó Mercator, las cuatro supuestas islas que rodean el polo norte y, en el centro, un remedo de Rupes Nigra, el fantástico gran imán que hacía, en su imaginario, que la brújula se comporte como lo hace (aprovecho para mencionar que ese mapa de Mercator es uno de los protagonistas de la que fue mi primera novela).
En fin, que hay opiniones para todos los gustos, pero por mucho que se haga girar el mapa, la cosa no llega muy lejos. Hay quien incluso ha intentado ajustar el contorno del continente austral del mapa de Finé a lo que es la Antártida tal y como se conoce actualmente. El resultado vendría a ser, reduciendo y transformando el original, algo así (recordemos, correlación no implica causalidad)…
Fuente: http://alpoma.net
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