Los ensotanados
En el mundo de lo intangible, donde los sucesos parecen formar parte de una realidad distinta, etérea, surgen multitud de fenómenos a cual más asombroso. Algunos de ellos, por su naturaleza, requieren de una especial atención en su planteamiento narrativo. Y es que existen anomalías, como las que hoy traigo a estas páginas, que contienen elementos tan absurdos, tan fuera de toda lógica, que justifican sobradamente las reticencias albergadas por quienes han experimentado alguna de estas vivencias a la hora de compartirlas. Aquí les presento dos de ellas, vividas separadamente por dos hombres de otra época, pero en un mismo lugar y con parecidas manifestaciones.
Contemplando los parajes que rodean Garganta la Olla, a uno no le es difícil imaginar los extraños sucesos ocurridos en la primera mitad del siglo pasado. Esta seductora población de la comarca verata es conocida en determinados círculos solamente por unos hechos determinados, al margen de las muchas referencias interesantes de su historia que la hacen célebre.
Esas huellas de un pasado trascendente se pueden averiguar en cada una de sus calles, plazuelas o fuentes. La importancia de una Casa del Santo Oficio, la destacada presencia judía patente en los dinteles de sus casas, los establecimientos de lenocinio todavía hoy marcados, o los conventos cuyos moradores andaban a caballo entre órdenes benitas y templarias dejan figurarnos, sin gran esfuerzo, el pretérito de este pueblo de La Vera cacereña conocido en la antigüedad como “Ad Fauces” voz que significa “entre gargantas, entre tragaderos”.
Historia y leyenda enriquecen el atractivo de su paisaje que, junto a la conservación de una tradicional gastronomía y el potencial provecho de la tierra, hacen de Garganta una conjunción de pasado y futuro sin artificios.
Sin embargo, los hechos que aquí vamos a narrar no pertenecen ni a la Historia con mayúsculas de Garganta, ni a su leyenda, representada en mujeres aguerridas que dominaron la sierra verata o en obispos mártires que custodiaron aun a costa de su vida el honor de sus sagrados sacramentos. Se trata de sucesos pertenecientes a un relativo presente. Sus protagonistas tienen nombres y apellidos y aún, hoy, perviven coetáneos suyos en esta localidad.
Los dos sucesos acaecidos en este lugar, junto a la sierra de Tormantos, pueden suponer los primeros que se registran en nuestro país dentro de una manifestación muy distintiva de apariciones o encuentros con seres extraños.
Se trata de un fenómeno desconcertante en el que figuras humanoides de gran estatura y vestidura talar son observadas por las más variopintas personas y en sus hábitats más cotidianos. Son los llamados “ensotanados” o “gigantes de negro”.
José Pancho y su encuentro con el “demonio”
Corría el año 1948. José Pancho Campo, agricultor de 58 años de edad, que gozaba de la consideración como hombre honesto y recio entre sus convecinos de Garganta, cuidaba como una jornada más, muy de mañana, su rebaño de cabras en la finca La Casilla.
Sin embargo, aquel día iba a ser completamente distinto, extraordinario. El bueno de José se iba a topar de frente, solo y en mitad de la sierra, con el misterio.
Estando en su choza, el pastor se disponía a preparar una hoguera para afrontar la fría noche de tormenta que se había desatado. Afuera, el viento parecía ser el único sonido que iba a acompañar a Pancho durante las desalentadoras horas siguientes. Pero esto no fue así. El cabrero, según los testimonios de algunos componentes de su familia, apreció un inquietante murmullo de lo que parecían mujeres lamentándose por el frío. El de Garganta abrió, entonces, el portón de su cabaña y divisó algo insólito. Allí, en medio de la noche, parecía estar reunido un grupo de monjas. En ese instante, de entre las “religiosas” se acercó una que penetrando en la choza saludó con un “Ave María Purísima”.
Existe otra versión de este preámbulo de los hechos vividos por José Pancho contado, en su día, al escritor navarro Juan José Benítez por otro pastor, Donato Basilio. Este hombre, primera persona a la que el cabrero contó su temible experiencia, difería en su relato tan sólo en la manera en que se presentó el tenebroso visitante. Según Donato, su amigo le había contado que, estando en el refugio y preparando el hogar para pasar la dura noche, un ser alto vestido de negro se presentó ante la puerta de la cabaña para cruzar su umbral, tras pronunciar la consabida frase de presentación. Una situación tan absurda como turbadora, pero lo peor para el de Garganta estaba por llegar…
Una vez que la misteriosa figura se hallaba en mitad de la estancia, Pancho Campo le inquirió acerca de “a dónde iba y qué buscaba” pero “aquello” no contestó. El lugareño, entonces, conminó a su descortés visitante a que se aproximara a la lumbre mientras él comenzaba a atizar el fuego. En ese instante, a José se le debió helar la sangre pues mientras permanecía agachado con la vista en los rescoldos vio como, junto a ellos, se situaban dos pezuñas de chivo. No podía dar crédito a lo que veía, alzando sus ojos comprobaba que, efectivamente, aquellos insólitos pies pertenecían al extraño invitado. José no pudo por menos que exhalar un espontáneo “¡Jesús!” que aparentemente provocó la espantada del oscuro gigante de ropajes largos.
La enigmática “dama de negro”
Pero a la misteriosa experiencia de José Pancho Campo le antecede otra sucedida diez años antes a un paisano suyo apodado “El Rojillo”.
Teodosio Gómez López, que éste era su verdadero nombre, sufrió un turbador episodio en 1938, cuando contaba con 45 años de edad. Este vecino de Garganta la Olla se dispuso, como cada tarde en la época de las castañas, a recoger el fruto otoñal. Para ello, partió del pueblo a lomos de su mula por el conocido camino de “Las Tortiñosas”. Al poco de su marcha, apareció ante él una figura alta, cubierta de negros ropajes hasta la cabeza. En un principio, pensó que se podía tratar de una vecina de Garganta que era “muy buena moza” – según me contaba la hija del “Rojillo”, Francisca Gómez, cuando me entrevisté con ella hace casi 30 años-. Sin embargo, aquel ser era extremadamente alto, mucho más que “tía Amalia”, y los ropajes que vestía no eran nada corrientes.
El valiente aldeano que había estado guardando ganado desde los 17 años por aquellas montañas, comprobó algo que le resultó curioso. Si él azuzaba a la bestia aquella figura aligeraba el paso y, del mismo modo, cuando retenía a la mula, el misterioso acompañante hacía lo propio en su marcha. Siempre mantenía la misma exacta distancia. Nunca se giró, siempre fue precediendo a la mula y ofreciendo la espalda al de Garganta. Teodosio no supo jamás si aquello era hombre o mujer o la condición de su naturaleza.
Otra peculiaridad de aquél sombrío acompañante era la manera de desplazarse. Según el testigo, carecía de pies y su movimiento parecía hacerlo deslizándose, flotando. Sus ropas a modo de túnica o manto eran resplandecientes y brillaban en aquella noche de luna.
Teodosio no se arrugó ante la inquietante situación y comenzó a cantar intentando llamar la atención de la “enlutada”, pero su estrategia no dio resultado. La misteriosa “dama” proseguía su avanzadilla delante de la cabalgadura, impasible a los cánticos del jinete.
Pero ocurrió algo que minó la entereza del campesino hasta resquebrajarla. Al “Rojillo” el miedo le desbordó cuando, al llegar a la fuente conocida como “La Ritera”, detuvo a su mula para que esta bebiera. Por supuesto, la tenebrosa figura también se paró a escasos metros, como esperando al garganteño y su bestia. Esa inquietante imagen en el silencio y las sombras de la noche – serían alrededor de las nueve – debió ser estremecedora.
Teodosio recogió sus castañas y regresó al pueblo irrumpiendo en su casa con el rostro desencajado. “¡No vuelvo, Agustina, no vuelvo!”, fueron las palabras que el campesino le dijo a su mujer, según recuerda Francisca Gómez, después se acostó apresuradamente, como poseído por un terror indescriptible.
Es Garganta la Olla un lugar apacible donde el viajero se siente realmente arropado, donde el entorno desborda belleza y dones excepcionales.
No obstante, sus gentes recuerdan unos hechos extraordinarios en los que dos de sus convecinos vivieron la peor de las pesadillas imaginadas. Ambas ocurrieron en sendas incursiones de sus protagonistas en la privilegiada naturaleza que les rodea. Y es que el misterio puede esperarnos en cualquier recodo del camino.
Texto: Gonzalo Pérez Sarró
OTROS “ENSOTANADOS”
El enigma de los encuentros con seres oscuros de gran envergadura es uno de los fenómenos más intrigantes de la investigación de lo extraño. Para unos, apariciones espectrales o entes que trascienden desde otra dimensión; para otros, una anomalía relacionada con el fenómeno ovni. En cualquier caso estamos hablando de algo que parece responder a unos mismos patrones muy definidos. Estos aparecidos presentan características comunes como la de sus vestiduras, siempre portan ropajes negros. Otra constante de estos humanoides es la gran estatura que poseen, los testigos hablan desde los dos metros y medio hasta los tres, en la mayoría de los casos, pero nunca menos de dos metros. También es frecuente que en estas figuras no se perciba la existencia de pies o piernas. Cuando se mueven parecen, siempre, hacerlo deslizándose. Y raramente ha sido observado rostro alguno en estos tenebrosos aparecidos.
Si bien existe una amplia casuística de este fenómeno, siempre estaremos hablando de una manifestación muy delimitada e inferior en número, comparada con el grueso de presencias observadas en sus más variadas formas.
Sin embargo, Extremadura parece concentrar un destacable número de casos en este específico fenómeno de los gigantes “ensotanados”. He aquí algunos de los más célebres, además de los de Garganta.
Vegas de Coria, Cáceres. Febrero de 1983.
Multitud de testigos afirman haberse encontrado con una gigantesca y fantasmal figura negra vestida con una especie de capa. “La Pantalla”, como se nombraba a esta presencia en la población, tuvo amedrentados a los vecinos. Surgía en los parajes más insospechados deslizándose a escasos centímetros del suelo, emitiendo un sonido estremecedor y evaporándose ante los ojos de los testigos, a veces produciendo un misterioso resplandor azul. En otra ocasión, el misterioso ser concluyó su aparición arrojándose por un precipicio sin que después se encontrara rastro alguno de él en el lugar.
Saucedilla, Cáceres. Otoño de 1983.
Varios vecinos se topan en solitario con un ser de tres metros de estatura que, sin tocar el suelo, parece deslizarse en su desplazamiento. Vestido con una especie de túnica negra que llega casi hasta el suelo aparece y se desvanece ante los ojos de los testigos. Una de estas personas se encontró una noche con esta figura en el mismo patio de su casa. Al parecer, “la sombra” le indicó, con gesto de su mano, que se acercara pero la testigo huyó. Cuando regresó con ayuda, ya no estaba. Ante el temor de la población a salir de noche, la Guardia Civil y varios vecinos realizaron batidas, peinando el terreno, en busca del intruso, aunque sin éxito.
Carretera N-432 a su paso por Zafra, Badajoz. 1 de abril de 2012.
Carlos Ribera, bajista del popular grupo de rock Medina Azahara, viaja de regreso a Córdoba, tras un concierto en Extremadura. A su paso por Zafra, junto a César, componente del equipo técnico de la banda, el músico divisa una figura que surge del arcén tambaleándose y que parece salir al encuentro del vehículo. El conductor da un volantazo en el intento de esquivar al transeúnte pensando que se trata de algún accidentado. Sin embargo, ambos ocupantes quedan perplejos al observar un ser extremadamente delgado y de enorme estatura. Parece llevar una especie de capucha recogida alrededor del cuello. Sin embargo, lo que más les inquieta es el rostro de aquella figura humanoide, en particular su boca que se presenta desmesuradamente abierta. Según el músico, era tan desmedida la apertura de aquella boca que para poder realizarla un humano debería desencajar su mandíbula.
Carretera C-524, Trujillo-Torrejón El Rubio, Cáceres. 6 de de abril de 2012.
Dos familias extremeñas se encuentran también con el espanto. Circulando con sus vehículos por la carretera C-524, avistan con extrañeza una figura de gran altura, brillante, que se encuentra en el arcén, aunque flotando a cierta distancia de él. Los ocupantes del segundo coche ven cómo los primeros hacen una arriesgada maniobra para evitar atropellar al insólito gigante. Pero lo que más atemoriza a los protagonistas de este terrorífico episodio es la ausencia de rasgos en el rostro de aquél humanoide. Sin ojos, sin boca, ni nariz, en la cara de aquel ser solamente se percibe una especie de transparencia y profundidad. Los testigos, profesionales de la Medicina, destacan también el aspecto de la larga cabellera de color blanco platino que poseía el espectral personaje. Uno de los pasajeros de los vehículos sufrió, además, un gran shock al percibir que la tenebrosa figura, a pesar de carecer de ojos, siguió su paso con el rostro como si le estuviera viendo.
Fuente: http://www.vivirextremadura.es/los-ensotanados-de-garganta/
Texto: Gonzalo Pérez Sarró
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