La muerte del Papa Juan Pablo I.
Cuando murió Juan Pablo I en el año 1978, solamente con 33 días de Pontificio, bastaron unos minutos para que el mundo tuviera la noticia. Murió a causa de un infarto agudo de miocardio según un comunicado del Vaticano. ¿Fue esto lo que ocurrió realmente?
¿Cómo se podía saber el motivo de la muerte a partir solamente de un examen externo del cadáver? ¿Fue una muerte natural o un asesinato?
Los más susceptibles creen que fue asesinado a causa de una conspiración del cónclave de obispos por motivos exclusivamente religiosos. Esta es la única razón por la que el Vaticano impide toda investigación. Consideran que es preferible el ocultamiento antes que verse en la alternativa de confesar que la propia Iglesia asesinó a su Papa.
El Vaticano fue el autor intelectual del asesinato, pero se cubrió audazmente de ser acusado afirmando que había sido un trágico accidente: “El Papa inadvertidamente se había tomado una sobredosis de su medicina. Si se hubiese hecho una autopsia, obviamente hubiese indicado esta fatal sobredosis. Nadie hubiese creído que Su Santidad lo había hecho accidentalmente. Algunos alegarían suicidio, otros, asesinato. Se acordó que no habría una autopsia".
Así, la coartada del Vaticano fue que Juan Pablo I se tomó una sobredosis de su propio medicamento para la presión arterial baja, Effortil. Esto dio lugar a la especulación de suicidio, quitando la atención de la verdadera causa de su muerte: haber sido envenenado.
Los archivos secretos del Vaticano.
Los archivos completan cerca de 50 km de estanterías constituidas por más de 50.000 volúmenes de los cuales, miles, aún no han sido revisados ni siquiera por los propios miembros del Vaticano. Para muchos, su existencia es materia de innumerables novelas y teorías conspirativas, para otros, no es más que un órgano que posee cualquier Estado en el mundo. Sin embargo, el secretismo con que en muchos casos es resguardado, así como el extremo celo con que los documentos son cuidados, hacen pensar a muchos que los archivos del Vaticano ocultan más que registros y papeles históricos, que esconden información tan valiosa y trascendental que su conocimiento público podría incluso cambiar la percepción de los fieles frente a su Iglesia.
El Arcano Archivo de las Reliquias
En el Palacio Apostólico del Vaticano existen unas estancias que a lo largo de los siglos han sido comúnmente desconocidas por el gran público e incluso por muchos miembros del clero. Se trata del Arcano Archivo de las Reliquias. Estas dependencias de techo muy alto, con sus vetustas paredes rellenas de archivadores de madera y metal y con viejas estanterías con cajones, se podrían confundir con cualquier biblioteca pública antigua. Pero no es así, se trata de una dantesca recopilación de libros y macabros objetos (cráneos, tibias, muelas, astillas, etc.), aunque santos, que vienen a ser reliquias de Santos y Mártires de la Iglesia.
En un pequeño rincón de la habitación se encuentra un pequeño despacho en el que un sacerdote se encarga de remitir a cualquier parte del mundo arquetas, paquetes pequeños o sobres, conteniendo en su interior estas reliquias santas.
El escándalo de la Guardia Suiza
La Guardia Suiza es un cuerpo militar encargado de la seguridad de la Ciudad del Vaticano que fue fundado por el Papa Julio II en 1505 ante la necesidad de que existiera una guardia oretoriana dispuesta a proteger al Papa. En ese momento, fueron los mercenarios suizos los candidatos más propicios debido a la reputación que se habían ganado en las Guerras de Borgoña. Desde entonces, este cuerpo ha variado enormemente en número y composición e incluso se ha disuelto por completo en algunas ocasiones. Hacía siglos que no estaba en el punto de mira de la opinión pública hasta que en mayo de 1998 asesinaron al jefe de la Guardia Suiza, Alois Estermann, de 44 años, y a su esposa, la noche del mismo día en que Estermann había sido ascendido. Acusaron del crimen al cabo Cedric Tornay, quien se había suicidado con la mismo arma de servicio con la que habían matado al matrimonio.
La Santa Sede archivó el caso con la certeza de que Estermann y su esposa habían sido víctimas de un ataque de locura del suboficial Tornay, resentido por el ascenso y la envidia. La versión oficial sobre el asesinato del jefe de la Guardia Suiza era perfecta... pero increíble. Quedaron cabos sueltos y muchos puntos oscuros, tantos, que el escritor italiano Máximo Lacchei escribió un libro afirmando que el motivo del crimen fue que ambos hombres eran amantes, versión que no gustó mucho al Vaticano.
La familia del soldado jamás creyó la versión oficial y siempre ha asegurado que fue asesinado. Sus intentos de presentar un recurso en el año 2002 chocaron con la negativa del Vaticano. Lo cierto es que un día antes del crimen, el cabo Cedric Tornay escribió una carta diciendo que quería "evitar otras injusticias", según publicó el diario La Stampa. "Son ellos los que me obligaron a hacerlo", señaló el cabo suizo en la carta escrita a su madre. La identidad de "ellos" supone un enigma más alrededor del Vaticano y quizás tenga que pasar mucho tiempo para averiguar toda la verdad y nada más que la verdad.
El documento que exculpa a los Templarios
El descubrimiento de un importante documento dejó obsoleta la bibliografía de los Caballeros Templarios. El texto lo encontró en los Archivos del Vaticano, en el año 2002, la profesora italiana Bárbara Frale, una de las más reconocidas expertas sobre historia medieval. Se trata de un pergamino de más de un metro de longitud expedido en Chinon, diócesis de Tours, el 20 de agosto de 1308, donde se absuelve a los jefes de la Orden del Temple y donde se prueba su inocencia por parte del papa Clemente V, después de que hicieran acto de penitencia y solicitaran el perdón de la Iglesia tras la abjuración formal, obligatoria para todos aquellos sobre los que recayera la sospecha de herejía.
Según el texto, Jacques de Molay y el resto de maestres templarios eran reintegrados en la Comunión Católica y readmitidos para recibir los sacramentos. El Acto de Chinon, que no disuelve a los Templarios sino que los absuelve, era la base necesaria para la reforma de la Orden que luego querían fundir en una única institución junto con los Hospitalarios. La Santa Sede sucumbió a las presiones del monarca francés Felipe IV, que había amenazado con un cisma y con deslegitimar a Clemente V. El pusilánime Papa optó por ocultar el texto y permitió que el último gran maestre del Temple, junto con Geoffroy de Charney, fueran quemados el 18 de marzo de 1314 frente a la catedral de Notre Dame bajo la acusación de una falsa herejía.
Silvestre II, el Papa Mago, y el fin del mundo
En las proximidades del año 1000 era grande la espera del fin del mundo. "Mil y no más de mil" se decía en toda Europa. El día del Juicio Universal llegaría al acabar el milenio. Guerras y epidemias vaticinaban la extinción de la Humanidad, además de las particulares señales del cielo, como una lluvia de sangre en Aquitania o una granizada de piedras en el Castillo de Joigny.
Según las opiniones circulantes, el fin del mundo habría iniciado en Roma, por eso el último día del año 999 la antigua Basílica de San Pedro se llenó de fieles llorando. Habían hecho penitencia durante meses y tenían la cabeza cubierta de cenizas. Silvestre II celebró la misa nocturna delante de todos los fieles arrodillados que esperaban con temor la llegada de la hora fatal, la medianoche. Un silencio de ultratumba llenaba la antigua basílica y solo cuando la misa finalizó y se escuchó el sonido de las campanas, la pesadilla se desvaneció. El mundo no había terminado, la tierra no se había abierto bajo sus pies ni había llovido fuego. El Pontífice, que en realidad no había dado crédito a la superstición popular, habría pasado a la historia como el Papa del año 1000, reinado todavía hasta el 1003. Debido a este contexto histórico y a las circunstancias vividas recibió el apodo de "El Mago".
Historia y Misterios de los Illuminati
Mencionar tan sólo el nombre de esta orden de los Illuminati es sin duda una invitación a formar parte del mundo de los engimas, leyendas y misterios que se originan en torno a esta sociedad secreta también conocida como la Orden de los Perfectibilistas o Iluminados de Baviera.
Historia de los Illuminati
Fue una sociedad secreta fundada el 1 de mayo de 1776 en Ingolstadt, Baviera, Alemania por el alemán Adam Weishaupt. Illuminati en latín significa "Los Iluminados".
Los Illuminati se originaron en los cultos precristianos y en las masonerías del mundo antiguo y medieval.
Tras su fundación, Adam Weishaupt (frater Spartacus) logró reclutar a su causa a un gran número de pensadores, filósofos, artistas, políticos y analistas; atrajo a jóvenes estudiantes y personalidades como Adolf von Knigge, con quien escribió el Rito de Los Iluminados de Baviera.
Los Illuminati bávaros se extendieron rápidamente por Austria y otros puntos de Europa, afiliando a personalidades de la talla de Herder, Goethe, Cagliostro y el Conde de Saint-Germain, entre otros.
El famoso Conde de Cagliostro creó la Masonería egipcia y fue asesinado en los calabozos de la Inquisición.
Una vez que Adam Weishaupt se percató del gran éxito que estaba teniendo con este movimiento, tomó la determinación de afiliarse a las logias francmasónicas de Baviera y luego de Europa, después ordenó la infiltración y el dominio de la misma. Sin embargo sus planes fracasaron, ya que en una reunión en 1782 de la masoneria continental, se enfrentó ante la oposición de la Gran Logia de Inglaterra y los recelos de Los Iluminados Teósofos y del Gran Oriente de Francia.
Por su parte El Elector de Baviera, al intuir el peligro que significaban Los Illuminati para la Iglesia católica y las monarquías, por su ideología revolucionaria, igualitaria y libertaria; aprobó un edicto contra estos y la masoneria el 22 de junio de 1784.
Consecuentemente hubo persecuciones y se arrestaron a sus miembros hasta erradicarlos por completo.
Para 1785 Weishaupt marchó al exilio de Ratisbona. Dirigió la orden desde el extranjero, falleciendo el 18 de noviembre de 1830.
Simbología Illuminati
A través de la novelas es como se ha difundido que los Illuminati poseen símbolos determinados, a través de los cuales se hacían reconocibles a los iniciados e ingeniosos simbologistas.
Las apariciones de los Illuminati en la cultura popular ha sido realmente diversa y más que sorprendente como es en el caso de los billete de un dólar norteamericanos que son usados hoy en día y donde aparece el "Ojo que todo lo ve".
Aunque no es un símbolo de origen cristiano y no se lo menciona en la Biblia, todavía hasta hoy es asociado con el ojo de Dios o de Yahvé, el cual representa su omnisciencia y cobró importancia a partir del Renacimiento. Su verdadero origen se encuentra en el simbolismo del Udjat u "Ojo de Horus", antiguo dios egipcio que representa al Sol. Este símbolo fue introducido por órdenes del presidente estadounidense y miembro de los Shriners, Franklin Delano Roosevelt en 1933.
Los Illuminati tenían también otro símbolo para su "escuela secreta de sabiduría", este era el Búho de Minerva, la diosa de la sabiduría. Este símbolo, igualmente se puede encontrar en el billete de un dólar en el margen superior derecho del lado donde se encuentra la cara de George Washington, a una escala minúscula. También se le asocia a la sociedad del Bohemian Club.
¿En el Vaticano se encuentra realmente la tumba de San Pedro?
La historia, leyenda o creencias populares católicas, según el punto de vista, identifican al apóstol Pedro como el pilar sobre el que se asientan los cimientos de la Iglesia Católica. El Vaticano es, hoy día, el símbolo y centro del mundo católico, y como tal el edificio que lo representa su Basílica de San Pedro. Precisamente, bajo ella, debajo del altar papal, debajo mismo del centro del coro y directamente bajo la Cúpula que un día diseñara el gran Miguel Ángel, se levanta un monumento simbólico y muy sencillo que revela la presencia de un sepulcro que, según dicen, contiene los restos de Pedro, el alma de la Iglesia.
Curiosamente, esta necrópolis es de reciente hallazgo, pues fue descubierta en los años 40 del Siglo XX cuando se estaban haciendo unas obras que habían sido encargadas por el entonces Papa Pío XI. Durante muchos años se habían buscado esos restos, pero quiso la casualidad que no fuera en unas investigaciones arqueológicas cuando se descubrieran.
En el subsuelo de la Basílica se encontraron dos filas de tumbas perfectamente alineadas que databan de los Siglos I y II de nuestra era. Rápidamente la iglesia movió todo lo necesario para dictaminar si aquélla podría ser la necrópolis tan largamente buscada.
En excavaciones de este tipo, bajo suelo papal, en territorio vaticano, la dirección pertenecía a la propia iglesia. Siendo así, y conociendo historias pasadas, la validez y objetividad de las conclusiones que pudieran sacarse podrían quedar en entredicho. Se encargó, además, las investigaciones a dos personas íntimamente ligadas con la propia iglesia: Monseñor Kaas, el supervisor de las mismas, y el arqueólogo Antonio Ferrua, un monje jesuita.
En excavaciones de este tipo, bajo suelo papal, en territorio vaticano, la dirección pertenecía a la propia iglesia. Siendo así, y conociendo historias pasadas, la validez y objetividad de las conclusiones que pudieran sacarse podrían quedar en entredicho. Se encargó, además, las investigaciones a dos personas íntimamente ligadas con la propia iglesia: Monseñor Kaas, el supervisor de las mismas, y el arqueólogo Antonio Ferrua, un monje jesuita.
Diez años duraron aquellas primeras investigaciones en las que poco a poco la iglesia descubrió en Ferrua a un arqueólogo serio y objetivo, que para nada se doblegó a los dictámenes de la propia iglesia. Lejos de lo que hubiera deseado el estamento papal, de aquellas investigaciones nada pudo sacarse. No se encontraron indicios de que aquellos restos pudieran pertenecer a Pedro. No había símbolos ni inscripciones, no había dataciones ni nada que objetivamente pudiera hacer pensar que allí descansaba el Apóstol.
Así se lo hizo saber a Pío XI. Lejos de aceptar aquellos resultados, la Iglesia inició unas nuevas investigaciones y, por supuesto, Antonio Ferrua fue descartado de las mismas, entregando el pleno gobierno de las mismas a Monseñor Kaas y, a su muerte, a Margherita Guarducci, una epigrafista muy cercana a los altos estamentos del Vaticano.
Curiosamente, y a pesar de que durante diez años, nada había podido encontrarse a pesar de que el trabajo fue duro y detallado, rápidamente se encontraron mensajes donde no hacía muchos meses habían dicho que nada había.
Guarducci encontró una inscripción al lado mismo de la tumba que tradujo como “Pedro está aquí“. Incluso sobre la propia tumba encontró símbolos que hacían referencias al Apóstol. Ya se tenían las pruebas necesarias y, por si fuera poco, unas investigaciones realizadas por ella misma sobre las osamentas determinaron que éstas pertenecían a un hombre de unos 70 años, muerto durante el Siglo I de nuestra era. Con eso se completaba el ciclo para que, al fin, el Papa Pío XI pudiera hacer oficial el descubrimiento.
Así lo hizo a través de Radio Vaticano en Diciembre del año 1950. Habían hecho falta solo unos meses para encontrar todo lo necesario para que así se constatara que, tal como decían las Antiguas Escrituras, la iglesia se había levantado sobre Pedro, siendo éste así la piedra angular sobre la que se cimentó toda la creencia católico. De nuevo, un antiguo dicho se cumplía.
Evidentemente, aquellas investigaciones de Guarducci siempre han estado en entredicho por su falta de rigor científico. Tanto fue así que posteriores pruebas realizadas nuevamente sobre los restos encontrados en aquella tumba determinaron que los huesos no pertenecían a una sola persona, sino que entre ellos había huesos de un niño, de una mujer de unos 50 años, de un caballo y hasta de un cerdo.
Pero ahondando más en la antigua historia de Pedro, nada, ningún escrito ni ningún texto, atestigua que verdaderamente Pedro estuviera en Roma. De hecho, incluso el apóstol Pablo escribió siete cartas desde Roma en las que nunca mencionó a Pedro. Es cierto, eso sí, que hubo un monumento levantado en honor a Pedro en aquel mismo lugar, aunque se data en el Siglo II, pero no fue sino hasta la época de Constantino, cuando el cristianismo comenzó a hacerse fuerte, cuando comenzó a extenderse el rumor de que bajo aquel monumento había una supultura. A eso se unió la cada vez mayor creencia popular de aquel entonces de que Pedro era el centro de la Iglesia… sólo hubo que atar cabos para que aquéllo se extendiera por todo el cristianismo, sin más pruebas que la de un monumento erigido en las colinas vaticanas.
Ateniéndonos además a las tradiciones de la época, y dado que supuestamente Pedro fue martirizado por un delito grave por aquel entonces, el de pertenencia al cristianismo, los cuerpos de los así sacrificados, eran arrojados a las aguas del Tíber, y desde luego, difícilmente, se les concedía sepultura.
Muchas coincidencias, una vez, como tantas otras en la historia del cristianismo, las que se dieron desde el Siglo II, hasta el año 1950, para considerar al fin, que las palabras atestiguadas en el Libro de los Apóstoles eran ciertas.
¿Ciertas? quizás sí, quizás no. Pero a día de hoy, difícilmente demostrable que lo que hoy se venera bajo San Pedro sean los restos reales del apóstol Pedro.
Archivos Vaticanos En las entrañas de la Santa Sede se guardan alguno de los grandes enigmas de la Humanidad. Custodiados con las medidas de seguridad más avanzadas reposan legajos relacionados con los Evangelios Apócrifos, el secreto de Fátima o la misteriosa muerte de Juan Pablo I.
El Doctor en teología José Carlos Martínez de la Hoz, Director de la Oficina para las Causas de los Santos del Opus Dei en España, el sacerdote Jesús López Sáez y el escritor Eric Frattini debatirán sobre estos auténticos expedientes X de la Iglesia en este programa de CUARTO MILENIO.
Tras la creación, en 1610 del Archivo en el Vaticano, como consecuencia de la orden del Papa Pablo V de trasladar a los Palacios Vaticanos todos los volúmenes y documentos que hasta entonces se conservaban en otros edificios, comenzó a hablarse de Archivum Secretum Vaticanum (Archivo Secreto Vaticano). La denominación quería expresar que este era el archivo “personal”, “exclusivo” o “privado” del Pontífice.
Se sabe que los archivos completan cerca de 50 kilómetros de estanterías, comprendidos por más de 50 mil volúmenes de los cuales miles aún se encuentran sin clasificar, es decir, que su contenido aún no ha sido revisado ni siquiera por los propios miembros del Vaticano incluidos el propio Pontífice.
Para muchos su existencia es materia de innumerables novelas y teorías conspirativas, para otros, no es más que un órgano que posee cualquier Estado en el mundo. Sin embargo, el secretismo con que en muchos casos es resguardado así como el extremo celo con que los documentos son cuidados, hacen pensar a muchos que el archivo del Vaticano oculta más que registros y papeles históricos, sino información tan valiosa y trascendente que su conocimiento público podría incluso cambiar la percepción de los fieles frente a su Iglesia. (Fuente: secretosdelvaticano.blogspot.com, Cuarto Milenio, Wikipedia).
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